Es un inmenso extenderse en esta pequeña seccion de la Tierra, un placer de grandes contrastes de varias personas cuyas emociones y espacios estan en todas las cualidades de hombres de aventura. Esas cualidades son prensentadas en este trabajo de fotografia.
Estudiante de las carreras de Psicología ¨Humana (5to. Ciclo) y Antropología (segunda Fase),
Habla 2 idiomas, Portugués e Ingles básico
Diplomados en Coaching y Consultoría, Seguridad y Defensa Nacional, Homicidios y Escena del Crimen, Gestión del Riesgo de Desastres, Seguridad Integral, La Mente Criminal, Criminología, Política Criminal con Mención en Criminalidad Organizada, Inteligencia y Contra inteligencia, Fotografía forense en la Escena del Crimen, Gerencia de Seguridad Ciudadana, Perito Psicólogo Forense
Además un Diplomado de Post Grado Medicina Legal y Ciencias Forenses.
Segunda Especialidad como Docente en Prevención y Atención de Desastres
Especialidad en Educación No Formal y Liderazgo Juvenil por Mashav, Ministerio de Relaciones Exteriores, Dirección de Cooperación Internacional Estado de Israel.
Escuela de Comandos y en la Unidad Antiterrorista “Pachacutec” Combate Urbano – P.M.I. – T.I.S. en la Especialidad en Medicina de Combate (R.C.P – Primeros Auxilios).
Fotógrafo Profesional, Foto periodista, Documentalista Gráfico, Corresponsal de guerra, Emergencias y Desastres
Kodak América Ltd. - Centro de Entrenamiento. Fotografía Profesional - Mención Honrosa
Ministerio de la Mujer y de Desarrollo Humano – Promudeh. Programa de Apoyo al Re poblamiento y Desarrollo de Zonas de Emergencia Fotografía para trípticos y afiches.
Ha ganado Concursos Internacionales de Fotografía y realizado exposiciones.
Aprofot – Asociación de Profesionales de Fotografía del Perú Exposición Colectiva Tema: “agua”
Foro Educativo Conferencia Nacional Educación y buen gobierno, Exposición colectiva de fotografía
Concurso Nacional de Series Fotográficas “La Educación Peruana en Imágenes” Mención Honrosa Especial
Sociedad de la Cruz Roja Peruana. Programa de Asistencia y Ayuda Humanitaria. Damnificados de la Operación en Mesa Redonda. Reconocimiento y Distinción al Mérito - Rubro Fotografía.
Organización Mundial del Movimiento Scout (OMMS) Chile. Revista Novedades. Primer lugar del Concurso Interamericano de Fotografía Profesional
Discovery Networks, Latin American Miami. Discovery Channel y Konica - Primer lugar del Concurso de Fotografía.
Consultorías en proyectos de Seguridad en Operaciones de Emergencias y Desastres, protección en aéreas de alto riesgo de convulsión social, operaciones psicológicas, EDAN, también a diferentes medios de comunicación escrita, empresas de comunicación corporativa. ONG.s.
Perito Fotógrafo Forense en la Especialidad de Emergencias y Desastre Masivos, (E.D.A.N) Evaluación y Análisis de Necesidades, Corresponsal Judicial, Indeci, CGBP (Corresponsal de Emergencia), corresponsales de Defensa. (Terremotos, Arequipa, Moquegua, Pisco. Accidentes. Aeroperu – Faucett. Incendio de mercado Mesa Redonda.)
Actualmente labora como Consultor independiente en Desarrollo Humano, Coaching y director en 2 organizaciones, gerente general de una escuela de seguridad y se encuentra desarrollando un proyecto piloto de GIRD.
INTERESES PERSONALES:
-Dibujo Figura humana, Pintura, Diseño Arquitectónico e Industrial, Diseño de Interiores y remodelación arquitectónica, Taller de reciclado de Botellas de vidrio, muebles de madera, Música y sonido, Simuladores de Vuelo online. Aviación Comercial: Fs 2002-2004: 350
Horas de vuelo, Mecano Constructivo - Fotografía Artística -Blogs, Polígono de tiro, natación, Radio afición (OA4-DMQ)
Actualmente.
ATTAC International - Peru S.A.C.
Gerente General
www.attacinternationalperu.com
gruespac-espe
Grupo Estrategico para la Administracion de la Crisis - Equipo de Seguridad y Proteccion Especial
Desde la guerra de independencia en Cuba hasta la de Vietnam, el paradigma dominante en el rol de la corresponsalía de guerra -especialmente en los conflictos protagonizados por los E.U.- fue el de la propaganda, en lugar de reportar lo que verdaderamente sucedía en los campos de batalla, el de tomar partido, en lugar de permanecer neutral. Esto ha cambiado en los conflictos de las últimas décadas, aunque la neutralidad ha seguido siendo afectada, pero por otras razones, particularmente en las guerras interétnicas y de liberación..
El primer corresponsal de guerra del que tenemos conocimiento, Tucídides, hubiera podido tomar partido por el bando ateniense, en la Guerra del Peloponeso, siendo él mismo ateniense. En su lugar, hizo de la objetividad su meta y procuró cubrir la historia desde ambos puntos de vista, presentando la posición espartana tanto como la de la alianza ateniense, y esforzándose en mantener el equilibrio por encima del sentimiento patriótico. Esta tradición fue mantenida por sus sucesores, historiadores como Jenofonte, el cual hizo hincapié en la observación y la descripción.
En la era moderna, después de que la invención del telégrafo electrónico convirtió al reportaje de guerra en un producto de los medios de comunicación masiva, los reporteros como Russell, quien cubrió la guerra de Crimea para el Times de Londres, rechazaron presiones para exagerar las victorias y moderar los reveses de sus ejércitos nacionales, insistiendo, al contrario, en un estilo periodístico basado en la narración objetiva originada en la observación y en los relatos de testigos oculares.
Del reportaje a la propaganda
Sin embargo, la era de las grandes guerras patrióticas, comenzando al final del siglo XIX, vivió un cambio en la manera en que las corporaciones de los medios de comunicación masiva esperaban que sus corresponsales informasen sobre los conflictos. Estos cambios fueron en gran parte el resultado de avances estructurales en los medios, especialmente el ascenso de la prensa popular. Un ejemplo notorio es la forma en que William Randolph Hearst aplicó la subjetividad a la guerra de independencia de Cuba en favor de la ideología estadounidense de "destino manifiesto", preparando al público americano para las intenciones militares norteamericanas en Cuba.
La Primera Guerra Mundial aceleró este proceso de transformar el reportaje de guerra en propaganda. Los corresponsales de guerra ya no se consideraban observadores objetivos, independientes del conflicto, sino como parte del esfuerzo bélico de su nación. Su primera responsabilidad era reforzar la moral pública y apoyar la acción bélica, mas no reportar lo que realmente sucedía en los campos de batalla.
Ya, para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, este enfoque se había afianzado en calidad de definición del papel de los corresponsales. Los corresponsales durante este conflicto se identificaron más con los ejércitos que seguían, que con las corporaciones de los medios para las cuales reportaban. Sus reportajes fueron cuidadosamente monitoreados (y a menudo censurados) por oficiales militares, y sus movimientos estrictamente controlados. Algunos de los más valientes (y también desafortunados) alcanzaron el nivel de guerreros, arriesgando y perdiendo sus vidas en pro de su deber. Su papel se enmarcó en el contexto de la lucha nacional por la victoria. Redujeron la guerra a una batalla entre el bien y el mal; el lado suyo representaba el bien enfrentándose al mal. Esta reducción simplista, de lo que en esencia constituía un choque de imperios, continuó hasta entrada la guerra fría, cuando un nuevo enemigo fue identificado, un nuevo demonio creado.
El primer desafío a ese paradigma dominante del periodismo occidental apareció en las etapas postreras de la guerra de Vietnam, cuando los reporteros norteamericanos comenzaron a objetivar su cobertura, describiendo la guerra desde el punto de vista de los fracasos de su propio lado. Su esfuerzo de contar la historia, tal como en realidad ocurría, incluía descripciones de las atrocidades horripilantes cometidas por su propio lado. Algunos comandantes norteamericanos, incluso, culpan a los medios de comunicación por la derrota americana en aquella guerra, aseverando que la cobertura negativa del conflicto socavó la voluntad del pueblo norteamericano de continuar en apoyo del esfuerzo bélico, y que obligó a los políticos a hacer caso omiso de las fuerzas armadas (las cuales aún creían que la guerra se podía ganar), ordenando la retirada.
Las lecciones aprendidas por los militares norteamericanos durante esta guerra no fueron olvidadas cuando brotó la guerra del Golfo. Los reporteros occidentales fueron obligados a volver al papel de los corresponsales de la Segunda Guerra Mundial, operando en condiciones de acceso severamente restringido, y controles rígidos sobre lo que podían informar. La justificación para esta estrategia era que los medios de comunicación deberían apoyar a la nación en tiempos de crisis, y que la guerra constituye un acontecimiento de tal importancia nacional que invalida toda consideración de periodismo objetivo e imparcial. Sin embargo, en los conflictos que no implicaban directamente los intereses nacionales críticos, el principio de la objetividad seguía siendo de primordial importancia. Consecuentemente, se desarrollaron dos diferentes enfoques sobre el reportaje de guerra: el primero determinado por nociones de patriotismo y sumisión ciega a los objetivos geopolíticos nacionales, y el segundo determinado por nociones de la neutralidad de los medios de comunicación y su responsabilidad ante el público de mantenerlo informado y con toda veracidad.
A pesar de que la máquina propagandística estadounidense puede haber reformulado la definición del periodismo de guerra según su conveniencia (es decir, cuando existe participación estadounidense, al menos), ha habido otros conflictos en la última década que han tenido una respuesta diferente de parte de los medios de comunicación. Estas guerras han sido marcadas por la brutalidad, teniendo como objetivo final el exterminio de una parte de la población civil. "Limpieza étnica" es un término nuevo que a menudo se aplica a este tipo de conflicto. Los ejemplos más notorios en los últimos años son las guerras civiles en la ex Yugoslavia y en el Africa al sur del Sáhara. La carnicería que los reporteros atestiguaron en estos conflictos, los obligó a desafiar el tácito acuerdo de mantener una postura neutral.
La víctima se torna agresor
En las primeras etapas del conflicto balcánico, la condición de Croacia como víctima de la agresión parecía clara. Cuando Croacia intentó separarse de la Confederación Yugoslava, dominada por los serbios, provocó una feroz reacción de parte de estos. La respuesta de Belgrado fue movilizar sus recursos militares a fin de, al menos, reducir la cantidad de territorio croata que luego podría reclamar Croacia como estado independiente, e infligir suficiente daño sobre la república separatista para perjudicar seriamente su futuro. La táctica de los serbios incluía la expulsión de la población croata, la destrucción de sus comunidades y la matanza de civiles croatas.
Para los corresponsales de guerra extranjeros que cubrían esa guerra, fue difícil evitar una profunda simpatía por los croatas, que se enfrentaban a una fuerza abrumadoramente superior en el campo de batalla y cuyos enemigos se mostraron más hábiles que ellos en el frente diplomático. Mientras ardían los poblados croatas y su población civil era asesinada, para los periodistas que cubrían el conflicto se volvió más y más difícil la idea de objetivar sus informes y dar cabida al punto de vista serbio. Parecía obvio que los croatas eran las víctimas de una monstruosa injusticia, y que su situación era pasada por alto por la comunidad internacional, que debía responder a sus súplicas por ayuda. Los reporteros comenzaron a creer que los serbios habían perdido el derecho de una vista imparcial por parte de los medios de comunicación internacionales, en virtud de su violación de las reglas del conflicto y de los derechos humanos. Comenzaron a mudar hacia una posición de compromiso con la causa croata, por su reacción emocional ante las escenas que presenciaban: poblados en llamas, columnas de refugiados, fosas comunes. Empezaron a entender su papel menos en función de describir con objetividad la guerra, y más en función de convencer a la comunidad internacional de que tenía el derecho moral de intervenir en el conflicto y salvar a los croatas.
Durante los días más sombríos de aquella guerra, viajé al este, hacia la ciudad croata de Vukovar, en la frontera con serbia. La ciudad había sido rodeada y bajo estado de sitio por varios meses, y estaba a punto de caer. En el camino, rebasé una columna de camiones militares dirigiéndose al mismo punto. Los camiones estaban llenos de soldados uniformados de negro, cantando bulliciosamente y compartiendo botellas de licor. Eran miembros de una milicia de extrema derecha conocida como la Legión Negra, partidaria del gobierno pro-nazi de Croacia durante la Segunda Guerra Mundial, y notoria por sus tendencias fascistas. Cuando llegué al último asentamiento en territorio controlado por los croatas, un poblado desierto y arruinado de casas destruidas por proyectiles, un soldado en el puesto de control me dijo que no había motivo para ir más allá, porque Vukovar estaba completamente rodeada y ya perdida. Justo en ese momento llegó el convoy de la Legión Negra. "Ven con nosotros," me invitaron. "Vamos a Vukovar." El fuego de proyectiles de las posiciones serbias pronto los obligó a abandonar sus vehículos y tuvimos que arrastrarnos a través de un campo de maíz para llegar a los alrededores de Vukovar.
Los pocos defensores de la ciudad que quedaban se abrigaban en sótanos; el fuego de la artillería que llovía sobre la ciudad hizo imposible para ellos su defensa. Parecían estar esperando lo inevitable. Los soldados de la Legión Negra se unieron a ellos en su imposible gesto de resistencia. Les dejé para arrastrarme de vuelta por el campo de maíz. Una semana más tarde, la televisión serbia mostró sus soldados victoriosos marchando por las calles de Vukovar. Los defensores de la ciudad, incluyendo los soldados de la Legión Negra, no fueron vistos de nuevo, hasta que años más tarde fueron desenterrados de una fosa común en las afueras de la ciudad, aparentemente ejecutados por sus captores.
Fue un episodio heroico y trágico en la guerra. Y yo, igual que otros periodistas que habían visitado Vukovar durante su dura prueba, escribimos con emoción acerca del valor de sus defensores y la barbaridad de los vencedores. El siguiente año, la guerra se extendió a Bosnia. Fue la misma guerra, pero con nuevos participantes, y esta vez los bosnios asumieron el rol de víctimas inocentes. Hubo los mismos poblados en llamas y columnas de refugiados y fosas comunes; hubo también campos de concentración donde a las mujeres las violaban. Nuevamente, los serbios fueron responsables por una gran parte de la barbaridad, pero esta vez no estuvieron solos. Los croatas también compartieron el interés estratégico de los serbios en adquirir territorio bosnio y en asegurar que no sobreviviese un estado bosnio independiente.
Al tratar de defender su derecho a constituirse en nación (el mismo derecho que Croacia había proclamado solo dos años antes), los bosnios soportaron la agresión de dos enemigos, ambos con el propósito de "limpiar étnicamente" el territorio que codiciaban. Era en esencia la misma guerra, sino que ahora había una víctima distinta y agresores distintos. Los Croatas ya habían cambiado de papel, de víctimas a agresores. Para los corresponsales que habían apoyado y defendido a los croatas en la primera etapa del conflicto, este hecho resultó en una pérdida de fe devastadora, y socavó su confianza en su propia capacidad de comprender la situación que debían interpretar para su público. Dicho en forma sencilla: se habían equivocado. Los croatas no merecían la imagen de víctimas inocentes que los medios de comunicación occidentales les habían concedido. La situación transformada les complicó a los periodistas el reinterpretar, de pronto, a los croatas como agresores brutales, cuando hacía poco tiempo les habían asignado el papel opuesto.
El error básico fue no comprender la situación en toda su envergadura, no darse cuenta de que el conflicto era complejo y entrañaba rivalidades y enemistades que venían de siglos atrás y cruzaban las varias líneas de aspiraciones nacionales y étnicas. La descomposición de la vieja Confederación Yugoslava inició un proceso de renovación nacional que abarcaba muchos temas sociales y políticos de suma complejidad. Los periodistas occidentales, que fueron a Croacia al comienzo de la guerra y pensaron que habían hecho el análisis correcto, simplemente eran ingenuos al representar a los croatas como víctimas. El paso desacertado fue el de intentar efectuar un análisis basado en una reacción subjetiva y emocional al conflicto. Un veredicto de culpabilidad o inocencia no debe dictarse hasta que esté disponible toda la evidencia.
El romance de la revolución
Otro error de estos corresponsales fue el de dar por sentado que la forma en que se desarrollaba la guerra en Croacia determinaría su rumbo futuro. No apreciaron que todo conflicto constituye un agente de cambio y que estos cambios frecuentemente desacreditan la naturaleza del conflicto que los causó. Aprendí esta lección por experiencia penosa cubriendo un conflicto algunos años antes de la guerra balcánica. Fue durante la sublevación comunista en las Filipinas, el último de los grandes movimientos revolucionarios asiáticos, que por poco derroca al régimen corrupto del autócrata presidente Marcos, a mediados de la década de los años ochenta. En el punto álgido de la rebelión, la guerrilla perteneciente al Nuevo Ejército del Pueblo, de inspiración marxista, controlaba el 20% del distrito rural filipino y atacaba blancos en las principales ciudades, casi con impunidad.
Como muchos otros periodistas occidentales que viajaron a las Filipinas para cubrir la historia del ocaso de Marcos, historia que se enmarcaba en el ascenso del movimiento insurgente, pronto desarrollé una afinidad por la causa rebelde. En primer lugar, parecía ser el único movimiento político que constituía un serio reto para el régimen de Marcos, aunque aquel análisis resultó ser totalmente desacertado. Luego, sus objetivos expresos de transformar la naturaleza feudal de la sociedad filipina y de redistribuir su riqueza se mostraban como la mejor solución alcanzable a la marisma de problemas sociales, políticos y económicos en que estaba sumergido el país.
Los rebeldes tenían otro ingrediente vital que era fundamental para su éxito en ganar el apoyo de muchos corresponsales extranjeros: la naturaleza esencialmente romántica de su lucha revolucionaria. Los periodistas extranjeros que visitaban sus campamentos selváticos encontraron jóvenes idealistas, muchos de los cuales habían sido estudiantes universitarios reclutados en los predios de las universidades, todos unidos por un compromiso desinteresado de liberar a su pueblo. Eran muy buenos publicistas de su propia causa. Hablaban apasionada y convincentemente con el celo vivo de verdaderos revolucionarios. Describían su programa de reforma agraria, sus esfuerzos por ofrecer atención médica básica en los barrios remotos, que representaban una parte importante de su base de apoyo, y su aplicación de la "justicia revolucionaria" en las áreas bajo su control. Fue en este último aspecto cuando empezó el proceso de mi desilusión.
En varias ocasiones había visitado, por invitación, un campamento rebelde en particular, para entrevistar a sus líderes, conocer a los campesinos que se habían beneficiado con la presencia de los rebeldes, y presenciar una boda "revolucionaria". Los insurgentes, incluso, habían desarrollado su propio rito matrimonial. Pero la última vez, mi visita fue con el propósito de observar el proceso de justicia revolucionaria. Cuando llegué a primeras horas de la noche, el "juicio" estaba a punto de comenzar. Los rebeldes habían perdido una batalla hacía unas semanas en la cual sufrieron fuertes bajas. La unidad del ejército que habían atacado dio la impresión de estar bien preparada, lo que a los rebeldes les hizo sospechar que habían sido traicionados por un informante, que habría transmitido sus planes a la base militar local. Al sospechoso, sentado en el suelo frente a sus acusadores, muñecas atadas con alambre atrás de él, se le había visto algunos días antes del ataque rebelde frustrado, saliendo del campamento militar, ubicado en un poblado cercano. En su defensa, él dijo que a menudo visitaba el campamento, y que lo había hecho durante años, porque su hermana tenía una cantina para los soldados justo después de la entrada. Desmintió el cargo del que fue acusado, explicando que ni siquiera había sabido acerca de los planes operativos de los rebeldes. Pero hubo otra evidencia en su contra. Otro residente del mismo pueblo dijo que el acusado se había quejado del pago de los "impuestos revolucionarios" a los rebeldes (los campesinos que viven en los pueblos bajo control de los rebeldes son obligados a suministrarles arroz, otros alimentos y provisiones, y a veces dinero, como apoyo a sus unidades de combate). La audiencia duró menos de una hora. El tribunal revolucionario, compuesto de cinco guerrilleros, deliberó durante unos 15 minutos y luego anunció su veredicto: culpable. La sentencia se cumplió de inmediato. El prisionero fue llevado al bosque, donde le esperaba otro guerrillero con cuchillo para matarlo.
Este episodio me dejó impactado. Había visto un elemento de salvajismo en la conducta de los rebeldes que me impulsó a reexaminar mi actitud hacia ellos. Poco después de aquel incidente, el régimen de Marcos fue derrocado, no por los insurgentes, sino por una revolución espontánea, pacífica y democrática llevada a cabo por millones de civiles en las calles de Manila. A la vez que los rebeldes fueron eclipsados por este acontecimiento, no fueron marginados de ningún modo. El movimiento rebelde continuó creciendo en el campo, pero parecía incapaz de extenderse desde las tierras altas rurales para amenazar a las ciudades. Mientras tanto, el ejército filipino comenzó a mejorar sus técnicas de recolección de inteligencia, contribuyendo a varios reveses sufridos por los rebeldes. Estos sospecharon que hubo informantes, y en un intento de depurar sus filas, lanzaron una purga sangrienta de sus propios combatientes, muchos de los cuales habían luchado con el movimiento rebelde por más de una década, con el saldo de cientos de guerrilleros veteranos ejecutados y enterrados en fosas comunes.
Los corresponsales extranjeros que habíamos cubierto durante algunos años la lucha de los insurgentes fuimos perturbados por estos sucesos, especialmente al enterarnos de que algunos de los ejecutados eran hombres y mujeres que conocíamos, personas con las que incluso habíamos entablado amistad durante nuestros numerosos contactos con los rebeldes. Fue una señal de que algo había cambiado en este movimiento, de que el idealismo y la camaradería de antes se había reemplazado por la sospecha y la brutalidad.
Muchos de nosotros nos sentimos forzados a cambiar el tono de nuestros reportajes sobre los insurgentes, suprimiendo el entusiasmo de antes. Nos dimos cuenta de que ese entusiasmo se basaba en un error de juicio. Nuestro error, el incumplimiento del deber profesional de entregar una versión equilibrada y objetiva de los asuntos sobre los que reportábamos, se cometió como resultado de dos influencias. En primer lugar, habíamos permitido que nuestras emociones fueran preponderantes: el espíritu romántico de la revolución y el sacrificio que experimentábamos en los campos rebeldes nos persuadieron para que ensalzáramos el lado positivo del levantamiento, sin tener en cuenta su lado negativo. En segundo lugar, hicimos caso omiso de la lección histórica de que los movimientos insurgentes tienen la tendencia de atacarse a sí mismos, una vez que se pierde el ímpetu hacia la victoria.
Al reflexionar sobre las dos situaciones que he descrito aquí, puedo entender las razones por las que cometí los errores de juicio en que yo caí. Informar sobre el conflicto es una experiencia que prueba emocionalmente a los periodistas, porque no solamente intentan comprender y describir un proceso de cambio intenso y brusco, sino que, además, tienen que tratar con sus propias reacciones a la tragedia de la guerra, la que presencian de cerca.